viernes, 26 de agosto de 2011

El San Lorenzo resucitó

La transformación arquitectónica, social y cultural que experimentó el Cementerio San Lorenzo, son la pieza clave que la Gerencia del centro instaura para convertir este lugar en referente de ciudad. Los más de dos siglos de historia que se alojan en este espacio se niegan a desaparecer. Y a pesar del olvido, el abandono y el estigma, "el cementerio de los pobres”, como fue conocido durante décadas, se instaura de nuevo en la ciudad, ya no resguardando muertos sino acogiendo vivos.

“Yo estaba allí, con 13 años en el cuerpo y tomando con mi papá. Al principio el olor a formol me penetró por la nariz que comenzó a picar. Después, cuando cayó la media noche, escasearon los rezos y sobraron los borrachos, me acostumbré. Me fijé bien en los ojos cerrados del Chano, en los huecos rellenos de algodón de la nariz, el color azafrán en la piel. En la mortaja y el escapulario del pecho y en el hilillo de sangre oscura que olía mal y se colaba por entre la madera. Lloraron, gritaron… él ya estaba muerto cuando lo dejaron caer al irlo a enterrar. La caja se quebró. Después todos se fueron y la tumba quedó sin nombre, al mismo sepulturero se le olvidó preguntar, y en ese desbarajuste de cementerio de pobre, con mil tumbas iguales, el hombre se perdió. Esa noche el cementerio San Lorenzo murió también un poco más”.

Así recuerda Wilson al Cementerio San Lorenzo, el lugar donde muchos vieron pasar la muerte entre lápidas blancas y columnas carcomidas por el abandono. El cementerio de Niquitao, donde las primeras inquilinas fueron monjas de la ciudad, se convirtió con el pasar del tiempo y ante la falta de dinero, en el último aposento de los pobres. Ellos se adueñaron del terreno y fue allí donde sepultaron a sus dolientes en medio de horas de más de sesenta minutos, con ataúdes a medio construir, con el dolor en la sangre, el alcohol en la cabeza, la música en el ambiente y hasta balas en el aire.

Desde 1828 se vislumbraban en el Alto de las Cruces las enormes estructuras blancas del Cementerio San Lorenzo. Y muy a pesar de que en esa época los camposantos fueran sinónimo de fetidez, pudrición, desprecio por el cuerpo y se rechazaran con firmeza, éste se construyó en un área urbana, en Niquitao, con el aval de los vecinos, que solo pedían a cambio el agua que corría por el lote.

Este gigante de arcos inmensos y columnas y bóvedas al mejor estilo del medioevo, y que permaneció silencioso y casi desapercibido por años, fue espectador taciturno del crecimiento y la transformación de la ciudad. Se veía tan fuerte ante los ojos humanos, tan imponente en medio del barrio, que nadie se esperaba que, en 1994, dejara de recibir cuerpos y quedaran él y sus muertos en el olvido.

El suelo que cubrió por décadas centenares de cadáveres y vio pasar por entre sus muros armas, muñecos de vudú, jeringas con residuos de heroína, puchos de marihuana, condones, hombres, mujeres y niños, pobres y ricos agonizaba y nadie hacía nada.

Nadie más volvió a las tierras del San Lorenzo. Con restos olvidados del todo, cerró sus puertas como camposanto el 14 de julio de 2007. Tuvo que ser así porque había caído en manos de delincuentes, de saqueadores, de plazas de vicio y del descuido público.

Sus ocho mil bóvedas fueron exhumadas, una a una, y sus miles de restos fueron sacados y trasladados al Cementerio Universal. Él, que a tantos había albergado entre sus tumbas, presenció su propia muerte, y así, un sábado de julio, el camposanto de los pobres murió para la ciudad y no un poco…casi eternamente.

“Es curioso que el cementerio, estando en el centro, se tornara invisible. Nadie conocía de él, allí estuvo siempre pero nadie se interesó en observarlo y así hizo cara a los cambios económicos, sociales, culturales y arquitectónicos, y la ciudad siguió creciendo y nunca lo observó, pasaba desapercibido, y eso facilitó su permanencia”, afirma la Gerencia del centro.

Y es que aunque, en apariencia, hubiera muerto, hubiese sido cerrado como camposanto, se modificara su estructura original y se le despojara de los restos de sus difuntos, el San Lorenzo no murió del todo…se reformó, continuó en el mismo lugar y se transformó en un plan de iniciativa de la administración local.

Recuperado, regresó a la vida para combatir esa indiferencia en la cual había sido enterrado y se convirtió en un espacio de encuentro para los habitantes de los tres barrios más importantes del sector: Colón, San Diego y Las Palmas, y en un referente cultural y patrimonial para la ciudad.

Con eventos como la Parada Juvenil de la Lectura, una exposición de silletas, Los abuelos cuenta cuentos y las actividades recreativas del INDER el Parque Cementerio vibra hoy de nuevo, en medio de los mismos ciudadanos que lo habían echado al olvido.

Cementerio cultura by pauladg15">


Planes de la gerencia del centro by pauladg15">


El proyecto que busca resucitar el San Lorenzo se divide en tres fases “La fase uno es el colegio, la institución educativa como tal más todo lo que tenemos hoy de restauración. En la fase dos se hacen todos los jardines, y viene todo el tema de las bóvedas, unas que salen y otras que se quedan. Hay unas modificaciones para convertirlo en un escenario más recreativo. Que la gente pueda estar allá, sentarse pero en el exterior, porque lo interno es territorio patrimonial y no se toca. Y la fase tres consiste en todo un equipamiento en que este sector, solito, se va a convertir en una de las nuevas centralidades”. Así resume la Gerencia del Centro en voz de Adriana Sampedro, la transformación a la que se enfrenta el camposanto.

Entrevista Gerente del Centro by pauladg15">


El San Lorenzo sigue expectante a sus cambios. Sus bóvedas vacías seguirán intactas esperando por su futuro. Su inmensa puerta continuará cerrada por un buen tiempo. Observará en silencio como todo crece, todo cambia y todo muta. Se convertirá en un espacio diferente en donde la muerte no será excluyente y, por el contrario, cohabitará en forma amable con la vida. En un cementerio sin muertos, los vivos gozarán de un nuevo baile.